domingo, 21 de mayo de 2017

Precuela de Sangre Vikinga - Jens, los nuevos amos

Durante los casi tres años que fui esclavo del anciano Meyer pasé la mayor parte del tiempo trabajando la tierra. Pero desde que resolví un par de incidentes en el campo, requería mi presencia con bastante frecuencia en la casa. Llegó a preguntarme qué fui antes de ser esclavo. Le expliqué en qué consistía ser Jarl, omitiendo que mi padre era el Rey de Suecia.
En ocasiones, cuando tenía alguna reunión importante con algún comerciante, tanto fuera como en su casa, precisaba mis servicios como guardaespaldas. Pero una vez nos quedábamos solos, lo que quería era mi opinión respecto al acuerdo que se estaba negociando.
Poco a poco estaba consiguiendo mi objetivo: tener más libertad de movimiento para poder deambular dentro y fuera de la casa sin llamar la atención y escapar a mi hogar.
Pero los dioses tienen un sentido del humor muy peculiar y cuando vi cerca el momento, Meyer enfermó.
Su hijo mayor junto a su joven esposa, vinieron a atenderle. Más bien a comprobar cómo se consumía sin remedio, sin que ningún galeno pudiera hacer nada por él.
Meyer quiso escribir un testamento de últimas voluntades y tras dictarlo al escriba los testigos del acto lo firmaron. Yo no estuve presente pero mi amo me dijo que había dado la libertad a varios de sus esclavos, entre los que me encontraba yo. Hablamos sobre mis planes para volver a casa y me sorprendió defendiendo la postura de mi padre. Sólo le había contado que él había sido el causante de que nuestros enemigos atacaran y que no se había dignado a venir a ayudarme. Meyer, con la sabiduría de un hombre que se encuentra en el final de una vida plena, me pidió comprensión para con mi padre.
—En ocasiones, un padre tiene que comportarse como un hombre para que otros puedan ser padres aún a costa de perder a sus propios hijos. Todas nuestras decisiones tienen consecuencias. A veces para nosotros y otras para otros. Esas son las que más pesan —tosió y le alcancé un vaso de agua—. Ten por seguro que tu padre te recuerda y, conociéndote, te lleva en sus pensamientos todos los días. Te lo digo yo que como padre me he equivocado muchas veces por favorecer al duque que regenta estas tierras.
Enterraron a Meyer en suelo cristiano junto a la ermita. Los esclavos no tuvimos permiso para asistir, por supuesto, pero, todos permanecimos en silencio aquella tarde mostrando nuestro respeto hacia el que había sido nuestro amo y señor.
Al día siguiente Günter, el hijo de Meyer, nos reunió en el patio a siervos y esclavos para aclarar que ahora él era nuestro amo, que todo seguiría igual salvo por una diferencia: él era más estricto que su blando padre. De la liberación que me había dicho el difunto en su lecho de muerte nada se dijo. Preguntar sin permiso supondría darle una excusa a ese déspota para que nos azotara. Así que mi libertad y mis esperanzas se me escaparon entre los dedos cuando ya casi eran mías.
Pocos días después me llamó a su presencia. Pude comprobar cómo Wanda, su esposa, me sometía a un exhaustivo estudio con su mirada mientras mi nuevo amo me interrogaba en cuanto a mis conocimientos sobre los negocios de su padre. La mujer, aburrida por nuestra conversación, abandonó la estancia, pero no se fue lejos. Cuando mi amo me dio permiso para volver a mis tareas y salí de allí, me la encontré bloqueandome la puerta al exterior.
—Esclavo —dijo melosa. Bajé la mirada al suelo—. Necesito tu ayuda. Sígueme.
La actitud de aquella mujer me pareció sospechosa pero la sensualidad de sus movimientos, la elegancia de su porte y la belleza que sabía utilizar para hipnotizar a todos a su alrededor, no me dejaron pensar más. Al llegar a sus aposentos me pidió reubicar los baúles y arcones que había traído para instalarse.
Una vez hube acabado, me cuadré y bajé la mirada, consciente de que, durante todo rato que había estado trasteando, ella no me había quitado ojo de encima. Se acercó a mí con la seguridad de una gran señora. Con sus gráciles dedos tomó mi mentón y alzó mi rostro para que la mirara. En aquel momento fui consciente de que no había estado con ninguna mujer desde que me apresaron y mi cuerpo reaccionó a su cercanía con voluntad propia. Inspiré profundamente manteniendo la mirada de aquella leona que sonreía con candidez. Sus dedos acariciaron mis labios mientras yo permanecía inmóvil, no me atrevía a moverme por miedo a no poder controlar el impulso de arrancarle las ropas. Entonces se aproximó aún más a mí y poniéndose de puntillas me besó. Fue un casto beso que duró sólo un instante. Se quedó cerca de mí, con una mano en mi rostro y la otra en mi pecho donde se había apoyado. Seguí sin moverme pero le sostuve la mirada. Me estaba provocando.
Finálmente, dio un paso atrás y se giró de espaldas a mí.
—Puedes retirarte. —Tardé un momento en reaccionar pero desperté de mi ensueño y me dirigí a la puerta—. Espera. —Me paré y me volví aguardando órdenes, pero no bajé la mirada esta vez. Sus ojos reflejaban anhelo y su rostro era de súplica—. ¿Por qué no me has tocado? —preguntó acercándose a mí.
En mi cultura, era habitual que los esclavos y esclavas participaran en los juegos sexuales de sus amos pero sólo si eran invitados.
—Porque no me habéis dado permiso, mi señora. —Casi no reconocía mi voz de lo ronca y contenida que sonó. Ella se rió de mi respuesta tapando ligéramente sus cautivadores labios con sus dedos. Se acercó a mí de nuevo con una calma que hizo que me hirviera la sangre.
—Entonces, tienes permisos para tocarme, esclavo. —Dijo con voz profunda y mirada provocadora mientras se aferraba a mi cuello e invadía mi boca con exigencia—. Hazme tuya, te lo ordeno.
Obedecí. La atrapé entre mis brazos, la llevé al lecho, me acomodé sobre ella entre sus piernas mientras devoraba su cuello y cuando le estaba subiendo las faldas dispuesto a adentrarme en sus profundidades…
—Espera...
No pudo continuar hablando. Una exclamación salió de su garganta dando paso a placenteros jadeos acompasados al ritmo que yo marcaba, enloquecido, embrutecido por aquella mujer.
Escondió el rostro en mi hombro para ahogar su grito liberador al alcanzar el éxtasis . Yo la seguí con un gruñido y un último y profundo empellón con el que me dejé ir por completo.

—Ahora sí, esclavo. Puedes retirarte.

sábado, 22 de abril de 2017

Reseña Firma de libros en Torre Ilunion

El pasado jueves 20 y viernes 21 de abril, para celebrar el día del libro, Ilunion Retail organizó la primera Feria del Libro en su nuevo emplazamiento Torre Ilunion.

Fue todo un éxito de ventas.

Por mi parte, fui invitada a firmar libros con ellos durante la mañana del jueves y he de reconocer que la firma fue bastante divertida y entretenida.

Anécdotas hay unas cuantas: como el compañero que le quería regalar el libro a su hijo de 13 años y tuve que advertirle que el capítulo 9 podría considerarse de "2 rombos", o la compañera que quiso que se lo dedicara a su amigo Jandro, al que le gusta mucho el mundo vikingo y que ya había oído hablar de mi libro. 


Tuve el honor de dedicarles el libro a varios ex compañeros (trabajé en Ilunion durante un tiempo), al Consejero Delegado de Ilunion Retail Antonio Barea y al Presidente de Ilunion Alberto Oñoro.

Muchas gracias por invitarme y hacerme sentir en casa de nuevo.

Os copio a continuación la introducción que escribió mi amigo y compañero en Ilunion Raúl Sánchez. Finalmente no encontramos el momento de leerla ante la gente, pero es tan emotiva que he querido compartirla con todos vosotros:

"El 23 de Abril es el DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO. Es el día en que murió Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.
Hoy presentamos el libro de Cristina Valero, que fue compañera de Ilunion Retail y ahora trabaja en el CIDAT (Centro de Investigación y Desarrollo de Aplicación Tiflotécnica de la ONCE). Con su novela ganó el Premio TIFLOS de novela para escritores con discapacidad visual en su edición de 2015.
Sangre Vikinga es un título potente que encierra dos palabras con mucho significado: 
SANGRE: que significa pasión, fuerza, flujo vital, interés por la vida... 
VIKINGA: Cristina es una guerrera moderna, no asalta barcos pero asalta la vida como madre coraje, dedicada a su familia, a su hija, a la escritura, a su trabajo, a sus amistades, a sus compañeros... 
Cristina pone en esta novela lo que ella es: Princesa Vikinga llena de energía, de pasión por escribir, la misma que pone en todo lo que toca. 
Cristina va más allá de lo tangible y nos lleva, con su novela a tocar y disfrutar de lo invisible. 
No se pierdan de Sangre Vikinga: novela de aventura, romance, intrigas, batallas...  
Y disfruten de la lectura."

20.04.2017 Raúl Sánchez


Si no queréis perderos la oportunidad de vivir esta aventura podéis encontrar Sangre Vikinga en papel y ebook en Amazon:
También podéis leer las reseñas que le están haciendo:

¡Feliz día del libro!

lunes, 10 de abril de 2017

Reseña Presentación Sangre Vikinga

Es sobrecogedor y emocionante sentir el apoyo y calor de tantos amigos y familiares en un día tan especial como este: la primera presentación de Sangre Vikinga, mi primer libro.
He tenido el honor de contar con Adriana Cely como maestra de ceremonias. Una mujer que me ha acompañado desde hace años en mis momentos duros y en mis momentos buenos. Y que, seguramente, sin su apoyo y consejos Sangre Vikinga no habría nacido.
También he de agradecer al café del libro La Buena Vida su profesionalidad, cercanía y saber hacer. Ellos se han ocupado de todo lo necesario para que yo pudiera centrarme en lo importante: mi gente y mi libro.
Hablar sobre mi novela a tantos rostros conocidas y saber que muchos se la han leído me provoca una extraña sensación de dulce gustirrinín. Me explico: verlos asentir al comentar alguna escena de manera encriptada, para no hacer spoiler, y saber que la reconocen es una conexión muy especial.
Escuchar a la gente hablar de mis personajes como si fueran viejos amigos me hace sonreír de orgullo, no por mí, sino porque los siento vivos. Son mi creación, han salido de mi pluma (bueno, de mis dedos en la pantalla del móvil) y ahora son libres para llegar hasta donde ellos quieran, conquistando los corazones de los lectores e inspirando a muchas personas para que conozcan su muro, lo acepten y se atrevan a luchar a su lado y no contra él.
Durante la presentación comentamos anécdotas, detalles, justificaciones y explicaciones. Destacaría la puntualización de Alberto Gil en cuanto a la forma de describir las cosas: cuando el foco del narrador se centra en Jens, las descripciones son más visuales, en cambio, cuando el foco está en Elian, se centran más en los sonidos, los olores y el tacto. Os animo a buscar estas diferencias en la novela y a disfrutarlas.
Otro punto que destacó Ester FG fue que, pese a que la protagonista es ciega, es muy fácil identificarse con ella. Éste era un punto que me preocupaba un poco, si conseguiría o no llegar a los lectores cuando la gran mayoría ve perfectamente. Pero parece que lo he conseguido. Señalan que es gracias, precisamente, a la naturalidad con la que vive su ceguera y al ingenio de Jens a la hora de mostrarle otra forma de hacer cosas como tirar con arco, montar a caballo, nadar o bailar.
Las cartas que el tío Fenton les escribe desde su misión en el norte son también una fuente de inspiración. Habla de aquella cultura, tan distinta a la suya, emulando los escritos de las grandes Sagas vikingas que usan los historiadores para tratar de reconstruir y entender aquella civilización tan avanzada a su tiempo y, a la vez, tan desconocida. Para mí ha sido una labor de investigación realmente enriquecedora.
Tras mi exposición y las observaciones de mis contertulios, y algunos atrevidos que alzaron su mano para aportar sus impresiones, los presentes se fueron acercando para que firmara sus ejemplares. Así, tuve la oportunidad de conocer en persona a Georgia y a Sara, que han sido las que han hecho posible que la segunda edición de Sangre Vikinga tenga esta fabulosa apariencia, tanto por dentro como por fuera. La portada enamora por sí sola. El azul gana mucho en directo, ni en foto ni en imagen llega a alcanzar la belleza y el esplendor que tiene la imagen al verla impresa. Gracias, gracias y gracias.
Y para finalizar quiero recalcar una última idea:
Conseguir que los que no han leído la obra quieran leerla es un triunfo pero que quienes ya la han leído quieran volver a hacerlo es una gran honor.
Gracias por formar parte de esta historia que no ha hecho más que empezar.
Mil besos.

miércoles, 5 de abril de 2017

Precuela de Sangre Vikinga - Caillean

Darsus entró en la sala del homenaje detrás de su padre, el Conde de Sheriland. Mi hermana Liseth lo aguardaba junto al nuestro sin levantar la vista del suelo. Mi madre y yo observábamos aquel primer encuentro desde un lateral.
No podía dejar de mirar a aquel joven. Él miraba a mi hermana buscando sus ojos pero ella solo hizo una reverencia casi forzada.
Durante un instante, sólo un momento, él me miró. Sentí el rubor subir a mis mejillas y un repentino calor inundó todo mi cuerpo. Darsus me dedicó la más arrebatadora sonrisa que jamás hubiera visto y supe que me había enamorado.
—No puedo casarme con él, Caillean —lloriqueó mi hermana cuando estuvimos a solas en nuestra alcoba.
—Pero el compromiso se ha firmado. Tú eres la mayor de las dos, la que tiene derecho al matrimonio —dije sin comprender cómo podía rechazar a un hombre como Darsus.
—No puedo, Caillean. ¿No lo entiendes? Después de lo que casi me hizo ese desgraciado no puedo pensar en dejar que ningún hombre me toque.
El anterior pretendiente de mi hermana trató de hacer valer sus derechos de esposo antes de tiempo. Ella se resistió, gritó y se defendió. Gracias a Dios, pudieron auxiliarla a tiempo y el compromiso se rompió. Pero ese episodio la dejó muy marcada.
—Pero Liseth, Darsus es diferente. Dale una oportunidad.
—Preferiría irme al convento contigo.
Nuestro padre era conde, como el de Darsus, pero sus riquezas no eran suficientes para pagar dos dotes, de manera que, desde bien pequeñas, Liseth se educó para ser una buena esposa y yo para ser una devota sierva de Dios.
—Entonces ve tú —dije con una convicción que me sorprendió a mí misma.
—¿Cómo dices? —mi hermana me miró extrañada sin comprender.
—Que vayas tú al convento y yo me casaré con Darsus.
Allí estaban otra vez las mariposas dando vueltas y vueltas en mi estómago solo de pensar en él.
Mi padre era un hombre práctico y mientras pudiera cumplir su palabra de casar a una de sus hijas le daba igual cuál. Por supuesto, la razón que le dimos es que yo quería ser madre mientras que Liseth había sentido la llamada de Dios con más fuerza que yo. Mi madre puso el grito en el cielo. Dijo que todo el esfuerzo que había hecho para darnos una educación adecuada a nuestro sino había sido una grandísima pérdida de tiempo y que éramos dos desagradecidas.
Pese a todo, los de Sheriland aceptaron el cambio y el día de la boda fui yo la que subió al estado a firmar los esponsales.
Temblaba de pies a cabeza. Sentía mis manos sudorosas por los nervios y casi me faltaba el aire. A parte de mi padre, nunca había tocado a un hombre. Pero cuando lo vi allí arriba, esperándome, todo lo demás desapareció, sólo estábamos él y yo. Tras firmar, la nueva unión se selló con beso. Mi primer beso. Fue rápido e inocente y, sobre todo, torpe.
Me tomó de la mano para ir juntos a la capilla. Al entrar me sentí una traidora. Había estado allí tantas veces rezando, preparándome para ser una sierva del Señor... Y, sin embargo, le estaba dando la espalda para sucumbir a la lujuria y el amor carnal. Pero mi turbación se esfumó cuando el religioso bendijo nuestra unión ante Dios. A través de la imposición de sus manos me llegó el perdón y la comprensión del Altísimo.
Durante aquella primera noche Darsus fue atento y delicado. Me parecía flotar entre sus manos. Sus besos y caricias eran tiernas y respetuosas. Todo parecía maravilloso y para confirmarlo llegó nuestro primer hijo, Darean. Fuerte, sano y muy hermoso.
Al poco tiempo murió mi suegro y Darsus se convirtió en el nuevo Conde de Sheriland. Para homenajear al difunto, entre otros muchos festejos, mi esposo otorgó la libertad a varios de los esclavos que había comprado su padre. Algunos se marcharon y otros se quedaron. Entonces me fijé en una de las muchachas. Se llamaba Helga y casi no la había visto en todo el tiempo que yo llevaba allí.
Durante mi segundo embarazo recibimos la visita de Fray Fentón, el hermano de mi esposo. Había terminado su formación y se disponía a partir hacia el Norte a llevar la palabra de Dios. Me parecía un hombre entrañable hasta que vi con mis propios ojos la confianza y condescendencia con la que trataba a Helga. Y lo peor de todo es que Darsus hacía lo mismo. Si un desconocido hubiese presenciado la escena habría creído que la señora de la casa era ella. No ayudó el hecho de que, al percatarse de mi presencia, ella se despidiera apresuradamente de mi cuñado y desapareciera al instante.
Aquella fue la primera gran pelea que tuvimos Darsus y yo. Finalmente, concluimos que mis celos no tenían fundamento, que mi embarazo me hacía estar muy sensible y que ella solo había sido una esclava que los había visto crecer y quién inspiró a Fenton para marchar hacia el Norte.
Creí a mi esposo. Lo amaba tanto que quería creerlo por encima de todo. Pero estando recién  embarazada por tercera vez mi mundo se despedazó. Traté de confiar en Darsus. Ella procuraba no dejarse ver pero en ocasiones mi esposo desaparecía. Me decía que estaba en su despacho o que había salido a montar pero yo empecé a sospechar lo que me negaba a creer. No lo encontraba donde él decía que estaba. Cuando le pedía explicaciones me daba excusas muy convincentes pero que no calmaban mi espíritu. Un día lo seguí. Bajó a las cocinas, se asomó sin entrar y siguió su camino escaleras abajo. Fui a seguirlo pero me tuve que esconder de nuevo cuando ella salió y lo siguió escaleras abajo. Me quedé petrificada, fría. Sentí ganas de llorar, gritar y morirme allí mismo y todo a la vez. No estaba segura de ser capaz de soportar la realidad si bajaba y descubría que todo era cierto. No sé de dónde saqué fuerzas para moverme, despacio, sigilosa, hacia la celda de aquella que me estaba robando a mi esposo, mi felicidad y mi vida. Según me acercaba podía escuchar las risas cómplices de dos amantes que pronto se convirtieron en jadeos y gemidos. Podía escuchar incluso las caricias que se prodigaban. Llegué a la puerta y apoyé mi frente en ella, temblando ante lo que sabía que había detrás. La madera cedió bajo mi peso y del susto me aparté. La puerta estaba ahora ligeramente entreabierta. Mi pulso estaba acelerado, mi incipiente barriga estaba dura de la tensión.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas, silenciosas y desconsoladas, al comprobar que la pasión de aquellos dos amantes no se parecía en nada a lo que había en nuestra alcoba. Mi esposo jamás me había tocado como la estaba poseyendo a ella. Los besos y caricias que me daba poco tenían que ver con la forma de hacer suya a esa asquerosa bastarda. Ella estaba sobre él cabalgándolo mientras él la cubría con sus manos apretándola contra sí mientras la rubia melena de ella flotaba suelta abrazándolos a ambos. Maldita hija de vikingos mata cristianos. Eso era. Un demonio que había embrujado a mi esposo para robármelo.
Di un paso al frente abriendo la puerta completamente. Ellos se detuvieron al descubrir mi presencia. 
—Caillean, ¿qué haces aquí? —dijo tratando de cubrir su desnudez y la de ella mientras esa sabandija se escabullía del lecho y se vestía.
—Confié en ti —conseguí decir con un hilo de voz—. ¿Cómo has podido hacerme esto?
En aquel mismo instante, todo el amor que sentía por aquel hombre se convirtió en odio. Un odio tan intenso que era puro veneno.
Dios me estaba castigando por desviarme del camino de la santidad.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Precuela de Sangre Vikinga - Jens el esclavo


Me desperté sobresaltado y sudoroso. Los mismos recuerdos transformados en pesadillas me atormentaban una y otra vez desde hacía ya un año, cuando arrasaron Ranrike. Miré a mi alrededor y traté de tranquilizarme escuchando los ronquidos y las pesadas respiraciones de mis compañeros de celda.

Cuando me atraparon me opuse. Prefería estar muerto que aceptar mi esclavitud. Tras varias semanas de latigazos me dejé morir. No comía, no me movía, no hablaba, no me resistía. Hasta que encontraron cómo hacerme reaccionar. No me importaba lo que me pudieran hacer. Incluso soporté el dolor de varias torturas sin inmutarme, pero no podía permitir que por mi culpa agredieran a otros, en especial a la pobre esclava que se dedicaba a cuidar de nosotros. Ella no se dio por vencida conmigo. Cada vez que volvía de un fustigamiento ella me lavaba y me hablaba. Nunca obtuvo respuesta por mi parte pero no cejaba en su empeño.
El día que todo cambió me sacaron al patio pero no fue a mí a quien ataron a la pilona, si no a ella. Rasgaron sus ropas dejando al descubierto su blanca espalda cruzada por marcas de latigazos ya cicatrizados.
—¿Sabes qué es esto? —dijo Egbert, látigo en mano, acercándose a la muchacha. Se había tomado muy en serio hacer de mí un esclavo ejemplar. Lo miré directamente a los ojos, despertando de mi letargo, sin comprender. Entonces le atizó un latigazo a la pobre Agneta que gritó y rompió a llorar—. ¿Cómo tengo que decirte que no mires a tus amos a la cara?
Bajé la mirada de inmediato. Me fallaron las fuerzas después de varios días sin probar bocado y caí de rodillas en respuesta a su grito. Entonces comprendí que si los dioses no me habían reclamado todavía era porque esperaban algo de mí. En aquel momento era salvar a aquella pobre esclava. Tal vez, si aceptaba mi nueva condición, podría salir de allí y, quizá, sólo quizá, escapar, volver a casa y pedirle explicaciones a mi padre por su traición y abandono a su propio hijo. Pero para averiguarlo, tenía que convertirme en un buen esclavo sin perderme a mí mismo. Tenía un plan. Tendría que aceptar mi situación sin desviarme de mi objetivo. Lo había perdido todo, pero mientras estuviera vivo tendría alguna posibilidad de recuperarlo.
Tras aquel día mi actitud cambió. Me llevó por las ferias de varios pueblos y aldeas. Me exhibía como a un animal en peleas. Pero Egbert no encontraba comprador que se atreviera a adquirir un vikingo. Los germanos me temían, por muy esclavo que fuera. Según avanzábamos hacia el Sur, el temor se tornaba curiosidad. Los míos habían atacado varios de los pueblos cercanos a la costa o con ríos que permitieran el paso de los Drakkars. Pero al Centro y Sur de Germania sólo llegaban historias, leyendas sobre nosotros y nuestros ataques. Creían saber quiénes éramos, pero en realidad su visión era parcial.
Al llegar a Mainz, tras ganar una pelea para Egbert, un anciano llamado Meyer vino a nuestra tienda.
—Una espalda fuerte la de tu muchacho —dijo el anciano.
—No es para menos, es un auténtico hombre del norte —respondió Egbert casi con orgullo.
—¿Tienes más como éste?
—Éste vale por tres. No son fáciles de conseguir —disimuladamente observé a aquel hombre entrado en años pero con una presencia que denotaba cierto estatus. El duelo de miradas entre ellos parecía que no iba a terminar nunca.
Tras una ardua negociación, en la que además de mí se trataron otros objetos de compra-venta, acabé en manos de aquel anciano.
La casa de Meyer resultó ser un caserío con escudo de armas sobre el portón y grandes extensiones de tierra cultivada.
—Mira, Jens, este es mi hogar y ahora también será el tuyo. —Alcé la vista desde la parte de atrás de la carreta, en la que me encontraba atado, y durante un instante mis ojos coincidieron con los suyos. Azules, cansados y empequeñecidos por las arrugas. Antes de que pudiera darme cuenta había recibido un codazo de mi nuevo amo en el pómulo—. Ya me dijo Egbert que tendría que reforzar tu humildad, pero no esperaba que fuera lo primero que haría a tu llegada, muchacho.

Y así fue. Tras descargar con mis nuevos compañeros las recientes adquisiciones me azotó delante de todos.
Por suerte, sólo fue una advertencia y con diez latigazos se dio por satisfecho. Me puse la camisa yo mismo y continué con mis nuevas tareas de labranza.
Comenzaba una nueva etapa para mí. Evalué mis posibilidades de escapar de allí y todas pasaban por ganarme la confianza de mi nuevo amo para obtener algo más de libertad de movimientos.
 

martes, 21 de marzo de 2017

Precuela de Sangre Vikinga - Jens, de Jarl a esclavo

Un terrible dolor de cabeza me despertó. No sabía dónde me hallaba ni por qué me desplazaba. Estaba tumbado de lado con las muñecas atadas a la espalda y los tobillos encadenados. No podía moverme y lo único que era capaz de ver era el surco que aquella traqueteante carrera dejaba en el camino de tierra.
Tenía la boca seca y llena de arena. Por el hambre que sentía calculé que había pasado más de un día inconsciente. Bajé la mirada para comprobar el estado de mi cuerpo cubierto de barro y sangre. Hice un rápido inventario de daños y sentí cierto alivio al comprobar que estaba entero y las heridas que creía tener no parecían graves. Lo peor fue darme cuenta de que me habían rapado la cabeza. Mi melena había desaparecido y podía notar la brisa del aire sobre la dolorida piel de mi cuero cabelludo. Eso sólo podía significar que me habían capturado y esclavizado. Preferiría estar muerto que vivir con la deshonra de ser esclavo.
Traté de hacer memoria. ¿Qué había ocurrido para que yo, el Jarl de Ranrike Jens Erikson, acabase maniatado en la parte de atrás de una carreta?
Recordé la visita de Jarl del Reino vecino de Vestfold para tratar el acuerdo matrimonial con su hija. Las negociaciones fueron interrumpidas por uno de mis hombres anunciado que el rey Harald I de Noruega, por fin, estaba atacando después de tantas amenazas. Sabía que el desplante que le hizo mi padre iba a traer consecuencias.
La carreta se detuvo. Dos pares de manos me sacaron y me pusieron de pie con cierta dificultad. Me dejaron allí mientras sacaban a otros. De pronto todo me daba vueltas. La luz del sol me cegaba y avivó mi ya intenso dolor de cabeza. Las náuseas subieron desde mi estómago tan rápido que apenas tuve tiempo de caer de rodillas para inclinarme y dejar salir lo poco que quedaba en mi interior. Unas manos volvieron a asirme para alzarme de nuevo. Aquella voz extraña dijo algo, sonaba enfadado pero el mareo que sentía en esos momentos me nublaba la vista y el oído. Todo parecía lejano salvo el suelo que extrañamente se había levantado para golpear mi rostro y todo mi costado. Oscuridad.
Me encontraba luchando contra los invasores de Harald I de Noruega que nos estaban atacado desde la costa.
Cuando mi padre me ofreció ser el Jarl de Ranrike, decidí reforzar la flota mercante e impulsar el comercio, ya que se trataba de un puerto estratégico con Dinamarca. De hecho, en sólo tres años se convirtió en el más importante. Parecía que la tregua entre los dos Reyes era un hecho. Se reunieron y pactaron pero, al parecer, en plena despedida, mi padre, sintiéndose traicionado, ofendió al Rey de Noruega y éste se vengó terminando de recuperar los fiordos de Viker, entre los que se encontraba el Reino de Ranrike.
Mientras alzaba mi gran hacha de mango doble y la bajaba con todas mis fuerzas partiendo adversarios por la mitad y amputando miembros, me maldecía a mí mismo por no haber hecho caso de los consejos de mi padre de reforzar la flota militar con más Drakkars. Podría haber evitado la masacre de aquel pueblo que había puesto su confianza en mí. Ciego de rabia me convertí en la bestia asesina que mi padre siempre quiso que fuera, para lo que fui entrenado durante tantos años y de lo que siempre traté de huir, hasta que en plena descarga alguien me golpeó en la cabeza. Creí oír el crujido de mi propio cráneo y caí inconsciente al suelo. Los gritos de mi gente me hicieron recobrar el sentido, lo justo para ver cómo prendían fuego a lo largo de toda la costa mientras a mí me llevaban maniatado y malherido en la cubierta de un Drakkar que se alejaba velozmente.
Desperté de golpe. Creí que en mi sueño me había alcanzado una ola pero, en realidad, alguien me había arrojado agua a la cara para espabilarme.
Me pareció que se había hecho de noche. Pero cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra comprobé que estaba en un calabozo de piedra al que apenas llegaba luz por la puerta abierta.
El dolor de cabeza seguía latente martilleando mis sienes y el lugar donde me habían golpeado. A pesar de ello, fui capaz de reconocer el idioma que hablaban aquellos hombres. Era el que Fray Fenton nos había enseñado a mis hermanos y a mí durante los años que vivió con nosotros. El fraile había venido conmigo a Ranrike. Sentí alivio al recordar que hacía unos meses que me había dejado para seguir llevando la palabra de su Dios a quien quisiera escucharla. Esperaba que se encontrara a salvo.
—¿Aún no se ha muerto? —dijo una voz grave, reverberante, que se acercaba a la puerta de la celda. El hombre que lo esperaba se hizo a un lado para dejarlo pasar.
—Si esa herida no lo ha matado ya, no creo que lo haga.
El de la voz grave se acercó a mí con una antorcha y mi iluminó el rostro. Después pasó aquella tenue luz por el resto de mi cuerpo.
—Prepáralo. Hay que venderlo cuanto antes. No quiero problemas —sentenció y salió de allí.
El otro hombre se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Mis manos seguían atadas pero por delante de mi cuerpo. La cuerda que unía mis tobillos era tan corta que mis pasos eran la mitad de largos de lo habitual. Aunque apenas podía caminar. Tenía que apoyarme en aquel hombre que no olía mucho mejor que yo en aquel momento y al que le sacaba más de una cabeza de altura.
—Recuerda la primera norma de un esclavo —me susurró mirando al frente, como si me estuviera contando algo que no debiera—: no mires a los ojos de tus amos, sean quienes sean y digan lo que digan.
Lo miré sorprendido. En mi pueblo también había esclavos pero no existía ninguna norma parecida a esa. Se me antojó bastante absurda.
—Tú, el nuevo —dijo el hombre de voz grave cuando salimos a una especie de patio. Lo miré instintivamente y recibí un codazo de mi acompañante, que me soltó apremiándome a que me acercara a aquel que parecía mandar allí.  
—¿Dónde estoy? —dije con aplomo y seguridad en su lengua mientras me erguía y miraba al hombre directamente a los ojos. No iba a perder mi dignidad por mucho que me hubieran cortado el cabello.
—En el infierno —dijo haciendo restallar un látigo mientras me dedicaba una media sonrisa maliciosa.
De pronto, tres hombres, entre los que se encontraba el que me había sacado de la celda, se abalanzaron sobre mí. Pero, incluso maniatado como estaba, me deshice de ellos entre puñetazos y codazos sin demasiada dificultad. Si estaba en tierras extranjeras tenía una oportunidad de escapar. En mi tierra me habrían identificado por llevar la cabeza rapada, pero aquí no se realizaba esa práctica y nadie me reconocería como esclavo. Me negaba a admitir que lo fuera.
—¿Es dinero lo que quieres? ¿Riquezas? Mi familia puede pagar un buen rescate por mí. —Considerarme prisionero de guerra era mejor opción que esclavo.
—No acostumbro a dar explicaciones a los animales.
Hizo un gesto a sus compañeros que volvieron a cargar contra mí pero esta vez armados con palos, fustas y cuerdas. Traté de defenderme sin demasiado éxito. Las manos atadas y lo poco que podía separar mis pies jugaban en mi contra.
Me defendí como pude, forcejeé y di unos cuantos golpes pero, a pesar de mi resistencia, me arrastraron hasta un poste de piedra al que ataron mis manos. Por el camino me habían terminado de arrancar lo que quedaba de mi camisa y un escalofrío recorrió mi cuerpo al entender lo que se avecinaba.
—Hay un par de cosas que debes aprender, esclavo —dijo el hombre de voz grave a mi espalda—. La humildad y la obediencia. —Sentí el látigo morder mi carne con un dolor tan intenso que me quedé rígido y con la mandíbula apretada—. No mirarás a tus amos a la cara —otro latigazo—, y no hablaras sin permiso.
Había visto utilizar el látigo, yo mismo lo había usado como castigo alguna vez, pero jamás de aquella manera. Dejé de contar al llegar a 10. Perdí la noción del tiempo y del espacio. Sólo estábamos el látigo y yo. Sus ásperas caricias lamían mi espalda de lado a lado, de arriba hacia abajo, llevándose un poco de mí mismo, arrancando piel, abriendo riachuelos de sangre que se cruzaban creando un complejo entramado. El dolor era absoluto, tanto que me arrastró a una dulce oscuridad a la que no me resistí.

jueves, 16 de marzo de 2017

lunes, 13 de marzo de 2017

Presentación y firma de libros - Sangre Vikinga

La Primera presentación y firma de mi Primer libro por el que recibí mi Primer premio tendrá lugar el próximo sábado 8 de abril  a las 19 horas en el café librería "La Buena Vida".
 
 
La vida está llena de primeras veces, pero ésta quisiera compartirla con todos vosotros.
 
¿Me acompañáis?
 
¡¡¡Os espero!!!

Sábado 8 de abril a las 19 horas en:
La buena vida - Café del libro
C/ Vergara 5, 28013 Madrid

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miércoles, 8 de marzo de 2017

Precuela de Sangre Vikinga - Cárdigan

Hoy es el día. Todo está preparado para nuestra partida como proscritos, cual ladrones que huyen tras conseguir su botín.
Es noche cerrada y Alan me espera en los establos donde hemos dado rienda suelta a nuestro amor tantas veces.
Entro y susurro su nombre. Unos cálidos labios me silencian mientras sus brazos me rodean. Yo sonrío y le devuelvo el abrazo poniéndome de puntillas para acariciar su nuca con mis dedos.
—¿Estás segura? —pregunta separándose de mí y tomándome de las manos.
Pese a la oscuridad que lo envuelve todo, puedo sentir sus ojos clavados en los míos.
—Completamente —respondo mientras mi sonrisa se hace cada vez más grande. De pronto una punzada de miedo atraviesa mi corazón. Me quedo rígida y sólo acierto a decir —¿tú no?
—Por supuesto, Cárdigan. Es sólo que —dice dubitativo— yo no tengo mucho que perder, en cambio tú sí.
—Soy la hija del Conde de Sheriland, pero también soy la dueña de mi vida. —Me enerva que mi padre esté buscándome un esposo como quien va a vender un caballo y estudia todas las ofertas—. No permitiré que me digan a quién puedo armar y a quién no. —Respiro hondo antes de continuar y relajo mi tono—. Alan, quiero ser libre para despertar todos los días a tu lado. —Él me acaricia las manos con sus dedos—. Si para que eso ocurra tengo que desaparecer, que así sea.
—Entonces vámonos. —Mis ojos ya se han acostumbrado a la densa oscuridad y creo distinguir la sonrisa que acompaña a su voz.
Nos encaminamos a la puerta de atrás donde esperan los caballos pero antes de que lleguemos a ella entra uno de los hombres de mi padre con una antorcha. Mientras nos recuperamos del deslumbramiento entran más guardias. Cinco rostros enjutos nos observan con desaprobación y mi padre aparece en el umbral.
—No vais a ir a ningún sitio —dice sombrío.
Uno de los guardias golpea a Alan en el rostro haciéndole girar la cabeza. Sus dedos se cierran sobre los míos con fuerza hasta que le asestan otro golpe en el estómago doblándolo por la mitad y me suelta.
No puedo dejar de mirar incrédula el espectáculo. Estábamos tan cerca de conseguirlo…
Unas manos me sujetan y me arrastran a un rincón apartado del establo. Es mi madre que me dice algo pero no soy capaz de entender nada. Sólo puedo contemplar horrorizada la paliza que le están dando al hombre cuyo único delito ha sido amarme.
Con una bofetada mi madre consigue que la mire.
—Que te subas las faldas, te digo —grita con exasperación para hacerse oír por encima del jaleo de los hombres.
—¿Qué? ¿Para qué? —pregunto sin comprender.
Ella gruñe y se agacha. Al ponerse de pie y entregarme los dobladillos me aclara con rabia:
—Para comprobar cómo de grave ha sido tu falta.
Vuelve a agacharse y rauda busca la entrada a mi interior. Doy un respingo y entonces lo entiendo, pero es demasiado tarde para evitarlo o tratar de defenderme haciéndome la ofendida. Mi madre ya está hurgando en busca de algo que le entregué a Alan hace meses.
Termina su examen. Sin mirarme se dirige hacia mi padre y le susurra algo al oído. La sigo y observo, como si de un sueño se tratara, que están atando a Alan de las muñecas a una de las vigas.
—Setenta latigazos —sentencia mi padre.
Fijo mis ojos en él con resentimiento  y cuando me devuelve la mirada parece haber envejecido diez años en un instante.
El sonido de tela rasgándose hace que me gire hacia Alan que espera que se cumpla el castigo colgado con los brazos extendidos y la espalda desnuda. Esa espalda que he acariciado tantas veces.
Me sobresalto al ver el primer latigazo. Él emite un gruñido y se tensan todos sus músculos. Los nudillos de sus puños se tornan blancos. Una línea de sangre emerge en su espalda.
Las lágrimas corren por mis mejillas. No sé cuándo he empezado a llorar. Lo siento, Alan. No debí utilizarte para salir de aquí. Me gustabas mucho aunque no me habría casado contigo. Ni contigo ni con nadie. Pero tampoco pretendía lastimarte.
—¡Basta! Es culpa mía. Soy yo la que debería ser castigada, no él. Padre, por favor, detén esta tortura.
Sin mediar palabra me arrastra fuera. Mi madre nos sigue y es ella quien responde a mi plegaria.
—Tú también serás castigada. Cuando tu hermana se marche al convento irás con ella. Hasta entonces no volverás a salir sola de tu alcoba. Tal vez si consagras tu vida a Cristo, Dios pueda perdonar tu deshonra el día del juicio final.
—Jamás pondré un pie en ese maldito convento. —Respondo con rabia.
Mi madre me cruza la cara de un bofetón dejándome la mejilla palpitando.
—Has deshonrado a tu familia, Cárdigan, ahora ya no podremos encontrarte marido ni asegurarte una posición acorde a tu rango —me dice ella mientras lanza una mirada acusadora a mi padre—. ¿No vas a decir nada, Darsus?
Mi padre suspira. Parece cansado.
—Debiste acudir a mi, hija. Si me lo hubieras contado podríamos haber encontrado una solución.
—¿Pero qué estás diciendo? —le increpa mi madre con su voz chillona.
—Sólo digo que, en ocasiones, el deber y el corazón no se ponen de acuerdo, pero siempre hay una solución.
Cierro la boca al darme cuenta de que la tengo abierta mientras miro a mi padre perpleja. Sé perfectamente que el matrimonio de mis padres fue un contrato, sólo un acuerdo entre dos familias donde ellos no tuvieron nada que decir. Pero no tenía ni idea de que mi padre pudiera entender de asuntos del corazón.
El rostro de mi madre ha mutado a rojo, lo veo incluso en la oscuridad de la noche.
—¿Solución? —grita entre dientes mi madre. Convierte sus ojos en dos ranuras que desprenden una rabia absoluta, un odio que me parece irreal, imposible por su intensidad—. Déjame adivinar —continúa entre susurros— le habrías aconsejado que se casara y tomase al muchacho como amante, ¿no es así? —mi padre la mira con reproche pero con la cabeza gacha—. Maldito seas, Darsus, tu y toda tu estirpe. Y maldigo el día en que me casé contigo.
Tras escupirle en la cara a mi padre, ella se gira y se va dejándonos a los dos petrificados.
El sonido apagado del látigo y los gruñidos abogados de Alan me devuelven a mi realidad.
—Padre, yo… —empiezo a hablar pero él me interrumpe.
—Cárdigan, necesito que seas absolutamente sincera conmigo. ¿Amas a ese muchacho tanto como para casarte con él, incluso si eso supone que te desherede?
—Lo que amo es mi libertad. No quiero casarme ni con él ni con nadie.
—Si no lo amas y no quieres casarte con él, ¿por qué le has entregado tu virtud? —pregunta entre indignado y desconcertado.
—Él me hizo sentir cosas maravillosas y llegó un momento en que no pude ni quise parar. —Noto cómo el rubor sube a mis mejillas. Jamás me habría imaginado hablando de esto con mi padre.
—Pero no lo amas —sentencia con firmeza.
—No. —Confieso un poco avergonzada.
—La lujuria es un pecado capital. Esas cosas sólo deben hacerse por deber o por amor —me dice ofendido—. Vete a tus aposentos y no salgas de allí hasta que yo lo ordene.
—Pero Alan…
—Lo expulsaré de mis tierras. Así aprenderá a no dejarse embaucar por las mujeres —concluye con tono acusador—. Ahora largo. Esperaba más de ti.
Y tras poner fin a esta extraña conversación, la más larga que hemos tenido hasta ahora, gira sobre sus talones y al llegar a la entrada de la cuadra ordena el cese del castigo.

Muy bien, habéis ganado. Pero lo intentaré una y otra vez hasta que consiga escapar de aquí. Y mientras tanto me divertiré con quien me de la gana.